Antes de abordar el contenido de mi trabajo, debo confesar dos cuestiones importantes: la primera es que este trabajo abrió las puertas de mi percepción hacia campos que me resultaban desconocidos hasta el momento; la segunda confesión, e íntimamente ligada a la primera cuestión, es que este trazado representó un gran desafío y un reto intelectual para mí debido a que por momentos debí zarpar en un océano conceptual totalmente ajeno a mi realidad cotidiana y a mi campo de trabajo, que es el de las ciencias blandas; hubo ocasiones en que choqué con las riberas puntiagudas de la geometría; otras en que navegué por océanos matemáticos confusos, al punto tal de encontrarme en varias ocasiones al borde del naufragio. Fue en este momento en que con obstinación y utilizando mis herramientas, busqué orientación en los cuatro puntos cardinales y el rumbo se volvió más claro; así, aferrado a este plano dual (de la materia y el espíritu) en el cual nos movemos los aprendices es que por medio de la materia logre alcanzar la abstracción necesaria para fusionarme con el Fuego de mi espíritu y, sólo de este modo emerger de entre las tumultuosas corrientes que me desorientaban, los fuertes vientos que hacían crujir los mástiles de mi tenacidad y por fin llegar a Tierra, seguro del resultado logrado.
Ahora, sin más desarrollaré mi trabajo, comenzando por un análisis de la alquimia que compone nuestra existencia.
El primer elemento a describir es la Sal, que comprende el conjunto de lo que constituye la personalidad, por lo tanto, a la vez el alma y el cuerpo. La una, siendo lo que hay en nosotros de celeste, y, el otro, lo que nos ata a la Tierra.
Este concepto de los elementos no tiene nada que ver con los cuerpos simples o puros. Éstas son abstracciones metafísicas que se distinguen de las cosas elementales. Los cuatro elementos se encuentran en todo objeto físico, ya que la materia elemental resulta del equilibrio que se establece entre ellos.
El elemento Tierra escapa a nuestras percepciones, es la causa invisible de la pesadez y la fijación. Por su parte, el elemento Aire produce la volatilidad. El elemento Agua contrae los cuerpos. Y el elemento Fuego, los dilata.
A cada elemento se ligan cualidades elementales: seco, húmedo, frío, caliente.
Los elementos son figurados (toman forma o figura) en el ser humano por la materia corporal pasiva (Tierra), por el espíritu o soplo animador (Aire), por los fluidos vehículos de la vitalidad (Agua) y por la energía vital fuente del movimiento (Fuego).
La denominada “circulación vital” es un flujo dinámico sintetizado de la siguiente manera: la Tierra es un recipiente poroso, que pueden atravesar el Agua y el Aire, para ir a alimentar el Fuego, que arde en el centro. Excitado por el Aire, el Fuego consume una parte del Agua y vaporiza el resto. El vapor se abre paso a través de los poros de la Tierra y se eleva al exterior, pero el frío lo condensa en nubes que se vacían en lluvia. El Agua, manteniendo al Aire en disolución, se acumula en la superficie del suelo, al cual embebe, para retornar al Fuego central.
Si trasladamos esta idea a un nivel macrocósmico, podríamos encontrar estrecha vinculación con la concepción de infinitud cósmica, iconográficamente sintetizado en el símbolo del Ouroboros, la serpiente que engulle su propia cola y que es un símbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.
Asimismo, los cuatro elementos, tienen otros vínculos, ligados al Zodíaco, la Geometría platónica e incluso los puntos cardinales y las estaciones.
Desde una perspectiva zodiacal, se puede inferir que la Tierra está representada por el Toro de primavera; el Aire por las constelaciones otoñales; el Agua por Acuario (en invierno); y el Fuego por el Zodíaco en medio del verano.
Tomando en cuenta la Geometría de los sólidos platónicos, resulta concluyente que el elemento Fuego se sintetiza en el TETRAEDRO, que es un triángulo con base, representa la conciencia del fuego. Es símbolo de la sabiduría por representar el fuego sagrado, el primer elemento. El CUBO, representa el mundo natural; es la conciencia de la Tierra, es la experiencia de los que ha nacido de la naturaleza. El OCTAEDRO, es el aire. Simboliza la perfección de la materia por el espíritu. El ICOSAEDRO, es la consciencia del agua; representa la semilla de la vida, la forma del universo. Pero esta descripción no concluye: hay una quinta figura que es el DODECAEDRO y que es considerado el poder femenino de la creación, la forma madre, aquella que reúne y cohesiona a los otros cuatro. Es el éter, la prana o el chi.
Asociados a los puntos cardinales y a las cuatro estaciones, Tierra es el Norte y el invierno y guarda vínculo estrecho con el plano material; Aire es el Este y la Primavera: está ligado al pensamiento; Fuego es el Sur y el verano: representa la transformación; y Agua es el Oeste y el otoño: presenta una fuerte ligazón con los sentimientos.
Antes de concluir este trabajo, quisiera enfatizar la presencia de los cuatro elementos en nuestra iniciación y su relación con algunas partes del ritual.
Al llegar como neófitos al umbral de la masonería podría decirse, en palabras de Oswald Wirth, que somos “Materia Filosófica”, una entidad espiritual independiente.
Para que la Materia Filosófica se halle purificada debe ser sometida a la prueba de los cuatro elementos.
Es imprescindible limpiar esa Materia a fin de librarla de todo cuerpo extraño que pudiera adherirse accidentalmente a su superficie. Después de haber tomado esa precaución, el sujeto es encerrado en el Huevo filosófico herméticamente cerrado. Es sustraído de toda influencia venida del exterior y su fuego vital termina por extinguirse. Esta alegoría corresponde al retiro de los metales y el encierro en la Cámara de Reflexión. El individuo muere y su personalidad se desdobla. La parte etérea se desprende y deja un residuo sin forma. Aparece el caos filosófico.
La materia cae en putrefacción (prueba de la Tierra). Los elementos que formaban parte de la Materia Orgánica se separan y se confunden en el desorden. Pero la masa putrefacta encierra un germen, a partir del cual una nueva forma comienza a estructurarse y comienza a calentarse, rechazando la humedad y envolviéndose en la sequedad. Se reconstituye la corteza terrestre que le separa del Agua.
Así la Tierra impura es sometida a un lavado progresivo, hay cambios de colores desde los más oscuro hasta el blanco. La blancura es símbolo del soplo aéreo o divino que penetra la Tierra para hacer el Niño Filosófico.
El desarrollo seguirá su marcha, hasta obtener el color verde (la Vida Vegetal) y luego el rojo, representante del Fuego Individual o Azufre Filosófico. Esto último se interpreta como la perfecta purificación de la Sal.
El adepto vencedor de las apetencias básicas posee libertad y su espíritu domina sobre la materia. Esto es conquistar la Quintaesencia, es decir, la esencia misma de la personalidad. Por fin el adepto abandona esta condición para ser un iniciado y recibir la Luz que emana de Oriente.
Concluyendo, me parece primordial manifestarles que, habiendo trabajado exhaustivamente en todos estos conceptos desde un abordaje transdisciplinar, me atrevo a insinuar que en cada ciencia presente en el plano existencial de los Hombres, podemos hallar un mínimo atisbo de pruebas que nos permitan acercarnos a la comprensión de la obra trazada por el Gran Arquitecto Del Universo. Tal vez porque nuestra vida nos conduce de manera consciente o inconsciente a una búsqueda personal de una interpretación de los designios del Todo y de una comprensión de nuestro papel en su Obra, o quizás porque nada en el Universo está librado al azar y nuestra propia existencia cumple una función necesaria para un escalón de la realidad que escapa a nuestro entendimiento pero que es necesaria a los propósitos del Gran Arquitecto. Lo cierto es que, en relación a la Gran Obra de algo podemos estar seguros y es que no podemos estarlo.