I.N.R.I. y el Ave Fénix

I.N.R.I.  y el Ave Fénix

 

La letras «I.N.R.I» son las iniciales del título en latín que Poncio Pilato escribió sobre la cabeza de Jesucristo en la cruz (Juan 19:19).

En el plano hermético-alquimista su significación secreta es: Igne Natura Renovatur Integra (Toda la naturaleza será renovada por el fuego). Según Heráclito el fuego es un “agente de transformación” porque todas las cosas nacen del fuego y a él vuelven.

Para los alquimistas “El fuego es un elemento que actúa en el centro de toda cosa” Factor de unificación y de fijación. Según el escritor Eliade, “atravesar el fuego es símbolo de trascender la condición humana”, es  una muestra del anhelo de los seres humanos por superar la mediocridad y alcanzar estados de madurez psíquica y espiritual.

Una vieja historia “alegórica” narra que El Ave Fénix tenía su nido en unas rosas que existían al pie del árbol del conocimiento en el jardín del edén, y que al momento de la expulsión de Adán y Eva, una chispa de la espada flamígera del querubín cae en el nido incendiándolo rápidamente junto con el ave, y que al consumirse totalmente, el Ave Fénix emerge de las cenizas con hermosos plumajes escarlata, rojo y anaranjado como si fuese una ave de fuego.

El árbol del conocimiento del jardín del edén, es el cuerpo físico del hombre a través del cual el alma  evoluciona por el conocimiento que le provee las experiencias vivenciales en este mundo. El Fénix al pie de este árbol es la consciencia incipiente y primitiva, la chispa de la espada flamígera que lo incendia, es el aliento de Dios y una chispa de la consciencia universal, y el Ave Solar que emerge entre las cenizas humeantes es la consciencia que despierta en plenitud de facultades en el alma del hombre.

El Mason conforme avanza en grados, se va volviendo más consciente de su propia realidad, de su doble naturaleza, la espiritual y la material, y sabe que para avanzar a los grados superiores primero debe pasar por el fuego las escorias de su naturaleza inferior para renacer de nuevo purificado.

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El Ave Fénix es un símbolo propio de la Alquimia Hermética y representa la transmutación de la naturaleza inferior humana hacia la superior y el proceso natural de vida, muerte y resurrección, la eternidad del alma, y el destino ineludible del hombre como hijo de Dios de alcanzar en un futuro indeterminado la iluminación y la divinidad por derecho a su propio linaje y estirpe divino como hijo de Dios. Según las sagradas escrituras dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el espíritu de Dios mora en vosotros?”  Co. 3:16

Ese fuego simbólico que nos permite renovarnos y transmutar nuestra naturaleza inferior, es la razón, es a través de esta que podremos elevarnos hacia estados de conciencia que nos permitan comprender nuestra vida material y me rehúso racionalmente a que, miles de millones de años de evolución, generada por esa chispa Divina, no han sido en vano y que no pueden terminar nuestro viaje por este plano, solo con la desaparición física, en el universo nada se pierde, todo se transforma para volver a comenzar.

Es la Razón, que nos guía en cada viaje que realizamos en nuestros ascensos en la orden, ella simbólicamente nos “renueva” con cada aspecto que debemos tener en cuenta para evolucionar en nuevos estados de conciencia que nos permitan ver la realidad, no solo en un mismo plano y llano, sino que en el universo esta todo relacionado, todo tiene que ver con todo, y que nuestro camino iniciático nos muestra que debemos elevarnos por sobre lo material, (renovados por el fuego, la razón) y volver a Dios.

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El Caduceo de Hermes

“El primero y básico principio de la fuerza moral y del poder es la asociación y la solidaridad de pensamiento y de propósito”. H.P.B. “Doctrina Secreta”, tomo V, pág. 237.

Uno viene a este mundo queriendo hacer algo en concreto, siente una necesidad, a través de la facilidad o la atracción que le suponen ciertas actividades. Hablamos de vocación, de querer o saber hacer ciertas cosas, en las cuales nos sentimos felices y plenos, útiles y realizados. Cuando nos falta o se frustra la canalización de esa necesidad vocacional, el dolor que se produce en nosotros es un estímulo para seguir buscando nuevos cauces, nuevas expresiones. Uno sabe lo que quiere, lo que sabe y puede hacer y, al mismo tiempo, lo tiene que ir buscando, en la confusión de las oportunidades que se presentan, en la variedad de los senderos que puede llegar a recorrer.

El alimento de la búsqueda se encuentra en los remansos de conocimiento, en las aperturas del horizonte, cuando se descubren nuevas claves, o se divisan perspectivas más amplias, más ricas de matices, que abren a su vez la vía hacia otras encrucijadas y otros horizontes. También en los encuentros, aparentemente casuales, con personas que nos abren las puertas, a las que estábamos llamando, como si estuvieran esperando cumplir en un momento dado ese deber.

La senda hermética serpentea por medio de las ocupaciones de la vida; va conduciendo de manera inexorable hacia la búsqueda de la plenitud, a través de toda clase de descubrimientos, por dentro y por fuera. La Actitud: Cuanto más dentro, más fuera, cuanto más fuera, más dentro.

He comprendido que difícilmente se puede ofrecer algo con sentido al mundo, que es nuestro ámbito de actuación, sin antes haber intuido que hay un camino interior, un sendero jalonado de pruebas, una vía interna.

El camino interior no puede justificar la renuncia a la acción externa, pues hay que probar, de forma concreta, que uno es capaz de los esfuerzos y de los sufrimientos, que uno está preparado para recibir y también para verse privado de las cosas, que sabe lo que es el triunfo y también la derrota, que conoce sus propios límites y a la vez tiene la disposición de ensancharlos, rompiendo las inercias y las impotencias. No se puede acceder al interior

del tabernáculo sin haber demostrado que uno puede apoyarse sobre el espacio que percibe como real, para transmitir lo que recibe de lo invisible. Tampoco se puede dudar, cuando estamos atravesando la sutil frontera entre los dos mundos, pues la duda, acerca del propio poder y sobre el sentido que tiene el sendero, hace que se difuminen los perfiles y es como si se descendiera de un plano más elevado a otro más denso y pesado. Hay que disponerse a caminar por donde otros ya lo hicieron y, poco a poco, encontrar la propia manera de andar, y el ritmo que armoniza con nuestra particular forma de sentir y de percibir las necesidades y los requerimientos.

El hermetismo señala que las apariencias no suelen indicar la realidad, sino que es preciso profundizar más, sin dejarse llevar por la impresión que nos produce una primera apreciación superficial. Las apariencias suelen ser como escudos de defensa con los cuales se protegen los seres humanos individuales y los grupos sociales; obedecen a convenciones, sirven para acallar las primeras inquietudes que puedan manifestarse sobre el estado de las cosas. Hay que aprender a leer entre líneas, detectando otros síntomas, menos evidentes, pero significativos, sobre el estado de las cuestiones y no conformarnos con la primera impresión que nos causan. Sin embargo, con el juego de las apariencias ganamos tiempo la mayoría de las veces, con tal que, cuando las producimos, tengamos claro su alcance, que es siempre epidérmico.

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Hay que estar muy concentrado para alcanzar los fines que uno se propone, logrando una correcta aplicación de los medios. La vida es una continua invitación a distraerse de la propia trayectoria: nos requieren los otros y abdicamos de nuestro viaje para realizar los ajenos, lo cual nos proporciona una coartada que justifica nuestra huida de la propia responsabilidad. Muchas ventajas se derivan de la concentración, en el sentido de la formulación clara y definida de lo que queremos alcanzar. Entre ellas el que si nos centramos en los objetivos de alcance, no creceremos sobre la pequeñez de las cosas y llegaremos a recoger la fuerza de nuestros deseos, de nuestras aspiraciones, proyectándola hacia metas más altas. Sobrevolar los matices demasiado concretos, sabiendo adelantarse a los acontecimientos, ir más allá del ritmo de las cosas y al mismo tiempo ser capaces de entrar en los detalles más pequeños, más prácticos. De esta forma, los árboles nos permiten ver el bosque, sin dejar de verlos a ellos tampoco. Lo que hacemos cada día se encuadra en un conjunto general, que es el sentido y la dirección donde nos llevan nuestros pasos. No hay que perder nunca de vista ese marco general, con el fin de orientar adecuadamente nuestra marcha, sin perder energías ni esfuerzos.

No siempre es evidente el camino que debemos tomar. A veces nos empeñamos en una senda particular y no era la que nos llevaba a nuestro destino. Hay que “entregarse a la corriente de la vida, remando con fervor en nuestra barca, pero sin negar el río que nos sustenta”.

Uno toma en sus manos el caduceo, como Hermes, cuando decide que tiene algo que hacer en el mundo, intervenir en medio del combate que libran las fuerzas contrapuestas y luego dejar que las serpientes de la vitalidad, de la creatividad de la mente, se integren en el caduceo mismo, convirtiéndolo en una vara de poder sobre la realidad. En ese sentido, uno tiene que sentirse irremediablemente identificado con el sendero de Hermes, antes de poder siquiera aspirar a manejar el caduceo, pero, eso sí, cuando la decisión es total, entonces no hay que tener miedo y, aceptando la invitación, tomar el mistérico bastón, para descubrir todos sus secretos, todas sus inmensas posibilidades.

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El Hermetismo ha enseñado siempre técnicas a los hombres, que ha facilitado la manera en que las sociedades se han ido abriendo paso en el largo camino de la vida. Cuando hacía falta encontrar una nueva formulación, una nueva manera de encarar los problemas, una renovada actitud de búsqueda de soluciones, allí aparecía, de una manera o de otra, Hermes, o alguno de sus seguidores. Las cuestiones de siempre, los eternos planteamientos del conocimiento se han ido revistiendo de nuevos enunciados.

El Caduceo es el sentido del continuo movimiento de los seres en la manifestación. Cuando uno encuentra el sentido del propio movimiento, quiere decir que de una manera o de otra está bajo la tutela de este. Hay que estar muy atentos para poder encontrar el “sentido dentro del sentido”. Esto es lo importante y el punto de partida para cualquier otro planteamiento que pudiera hacerse.

Antecedentes egipcios de la Masonería

 

La lectura de algunas obras referidas a la religión y prácticas esotéricas egipcias tales como “La Mitología egipcia” de Karl Müller y “El Saber Mágico en el Antiguo Egipto” de  Christian Jacq, me llevó a meditar sobre algunas analogías presentes entre las prácticas del ritual, propias la Casa De La Vida, en la cual se iniciaban los sacerdotes egipcios en los Misterios y las características del simbolismo y ritual practicado en nuestras tenidas.

De los datos extraídos de estos libros resulta evidente que en Egipto tenía el templo la forma de un doble cuadrado, en cuyo centro había tres cubos superpuestos en disposición de altar, sobre el cual se colocaban los libros de las Escrituras Sagradas; no las mismas que las nuestras que todavía no se habían escrito.

Los cubos representaban los tres Aspectos o Personas de la Trinidad: Osiris, Isis y Horus, según se infiere de los signos en ellos grabados.

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En la entrada del templo había dos columnas y sobre ellas cuadros que representaban la Tierra y el Cielo. Una columna lleva un nombre que signiica “en fortaleza”, y el nombre de la otra quiere decir “establecer”. Este pórtico simboliza el camino que conduce al mundo superior del Amenta, donde el alma se entrefundía con el inmortal espíritu y quedaba así establecida para siempre, por lo que el pórtico era el símbolo de la estabilidad.

En la entrada de la Logia había constantemente dos guardias armados de cuchillos. Al guardián exterior se lo llamaba Vigilante y al interior el Heraldo. Al neófito se le despojaba de la mayor parte de su vestimenta. Luego se le conducía a la puerta del templo, donde se le preguntaba quién era. Respondía que era Shu, el “suplicante” que llegaba ciego en busca de la Luz. La puerta estaba formada por un triángulo equilátero de piedra que giraba en torno de un quicio central.

El neófito al entrar, pisaba un cuadrado, y al pisarlo se suponía que iba pisando y trascendiendo el cuaternario inferior o personalidad del hombre, a fin de desenvolver la tríada superior, el ego del alma.

Luego se le conducía por largos pasillos, y se le hacía dar siete vueltas alrededor de la Logia, en cuyo centro se le colocaba después de haber respondido a varias preguntas, e interrogado acerca de qué quería, se le insinuaba que respondiera “Luz”. En todas estas pruebas había de echar a andar con el pie izquierdo.

Según dice el “Libro de Los Muertos”, si el neófito violaba su juramento se le cortaba el cuello y se le arrancaba el corazión.

Por su parte, el papiro de Nesi-Amsu menciona otro grado en el que se desmiembra el cuerpo y se reduce a cenizas que sobre la superficie de las aguas se esparcen a los cuatro vientos.

En el templo de Khnumu, en la isla de Elefantina, frente a Assuán, hay un bajorrelieve con dos figuras: la del faraón y la de un sacerdote conla cabeza de ibis de Thot (imagen divinizada de Hermes Trismegisto). El Bajorrelieve presentaba una iniciación, y la palabra es maat-heru, que significa “de voz verídica” o “uno cuya voz debe ser obedecida”.

El mallete por aquellos tiempos era de piedra y era un modelo de doble hacha; el mandil era de cuero y de forma triangular. El del primer grado era puramente blanco; pero el de los maestros era de brillantes colores con abundantes joyas y borlas de oro.

En el centro de las logia brillaba la Estrella Flamígera, aunque era de ocho puntas en lugar de seis o cinco. Se la llamaba “Estrella del Alba”o “Estrella de la Mañana” y era símbolo de Horus, el dios de la Resurrección, a quien se presenta con ella sobre la cabeza y como si se la ofreciese a sus discípulos.

La escuadra era muy buen conocida y se la llamaba neka. Se la encuentra en numerosos templos y también en la gran pirámide de Gizah. Según Konrad Menué, escritor de la obra “La Masonería y las Ciencias Ocultas” (otro de los materiales leídos para el trazado de esta plancha), la neka era empleada para escuadrar piedras y también, de un modo simbólicos, para educar la conducta, lo cual se acomoda a la interpretación que los masones hacemos de ella. Construir con la escuadra equivalía a construir para siempre, según las enseñanzas del Antiguo Egipto; y en la egipcia Sala del Juicio, se ve a Osiris sentado sobre la escuadra mientras juzga a los muertos. Así, la escuadra vino a simbolizar el fundamento de la eterna ley.

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Siguiendo la línea conceptual y simbólica de la escuadra, resulta bastante curioso que los descendientes de los negros del Nilo, que hace siglos emigraron de Egipto para establecerse en el África Central, cuando prestan juramento ante los tribunales lo hacen formando una escuadra entre el húmero y el cúbito y radio, formando el vértice en el codo, con el pulgar apuntando hacia la parte media del cuello.

Otro pasaje interesante del Libro de los Muertos es una lámina en la que se muestra a un grupo de iniciados saludando hacia el Sol poniente.

El Libro de los Muertos, como impropiamente suele llamarse, es parte de un manual destinado a servir como una especie de guía en el mundo astral, con varias instrucciones respecto a cómo habían de conducirse las almas de los difuntos y de los iniciados en las regiones inferiores de aquel otro mundo.

En un principio el Libro se mantuvo secreto, si bien con posterioridad se copiaron de él en papiro algunos capítulos para colocarlos en las tumbas de los difuntos.

Los antiguos egipcios admitían siete almas o fuerzas vitales emanadas del Altísimo, a las que los filósofos orientales llaman los Siete Primordiales. Seis de ellas son prehumanas y la séptima es nuestra Humanidad, dada a la luz por la vírgen Neith. Esta interpretación del universo etérico al que pertenece el Alma está representado de manera similar en el Kybalión, una de las primeras herramientas con la que comenzamos a pulir la piedra bruta los masones.

Podría continuar citando similitudes entre las prácticas propias de la Casa de la Vida o Casa de los Secretos del Antiguo Egipto y la Masonería. No hay dudas de que nuestra institución tiene bastantes cosas en común con la civilización del Nilo de hace seis mil años, y ello lo demuestra el hecho de que en el mundo masónico hay uno de los más antiguos rituales existentes.

Debemos admitir que el mero descubrimiento de uno de los símbolos masónicos en los monumentos de la antigüedad no supone necesariamente la existencia de una Logia; pero al menos demuestra que en tan lejanos tiempos pensaban los hombres en el mismo sentido y trataban de expresar sus sentimientos y pensamientos en el mismo lenguaje simbólico con el que hoy día se expresa la masonería.

Ouróboros

Ouróboros, uróboros, nombres similares que a lo largo de la historia de diversas naciones han representado diversas cuestiones, pero que en su esencia quieren decir lo mismo.

Uróboros, serpiente o dragón que  engulle su propia cola, formando un círculo.

En diversas civilizaciones ha sido representada, con designios benévolos o no, desde el punto de vista cristiano y musulmán, tiene una connotación negativa, ya que representa a Satán o Shaitan, Serpiente que influyo en Eva, para tomar el fruto prohibido del árbol del conocimiento en el mundo cristiano.

Pero en algunos casos de otras naciones,  como los egipcios, la diosa, Uadyet, (cobra) «Señora del Cielo», simbolizaba el calor ardiente del Sol, y la llama del fuego, que con el tiempo se transformaron en símbolos de protección utilizados por los faraones.

En el Lejano Oriente la serpiente es considerada un animal sagrado, divino y protector contra las energías negativas, que representa fuerza, energía y sabiduría.

En América latina, también la serpiente ha tenido su significado Quetzalcóatl ´´serpiente emplumada´´ en la cultura prehispánica.

En fin, en diversas comunidades ha sido revelada la serpiente, con distintos atributos tanto positivos como negativos, pero que siempre ha estado presente en la humanidad, hasta en pueblos que por cuestiones de espacio y tiempo han estado separados.

En la Alquimia, el Ouróboros simboliza la naturaleza circular de la obra del alquimista que une los opuestos: lo consciente y lo inconsciente. También es un símbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.

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 A lo anteriormente expuesto se relaciona inexorablemente con la cuarta ley del Kybalion. Polaridad. Que reza de la siguiente manera, “Todo es doble; todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse”

Y digo que se relaciona, porque, la propia serpiente representa en si mismo la polaridad, el principio y el fin, la vida y la muerte,  diferencias de grado, la serpiente es en sí mismo esa diferencia de grado con el resto de su cuerpo, la cola es el fin, y la cabeza el principio, que se unen para ser un todo. Creación, sustentación y destrucción, tres que son UNO.

Más allá del esfuerzo que realicemos o hagamos en lo que sea, es inevitable el fin, la renovación del ciclo. Símbolo de la eternidad, de que en el universo nada se pierde, sino que todo se transforma para volver a comenzar. Equilibrio del universo. Todo se encuentra en un perpetuo movimiento, todo es dinámico, la quietud en el universo no existe.

Es un símbolo que despierta conciencia, que hace reflexionar sobre la finitud y los ciclos de la vida, a los cuales es inevitable el terminar y volver a empezar, reformado, evolucionado, renacido, que en definitiva  es el camino del iniciado.

Ouróboros, reúne muchos significados, que se le han dado a lo largo del tiempo, pero creo que el denominador común de todas estas civilizaciones que lo han utilizado, es el ciclo, el tiempo no es lineal, sino que es cíclico y que siempre volvemos al todo, de donde partimos.

El sentido negativo para el cristianismo, quizás tenga que ver con que esa serpiente, nos invitó a dilucidar sobre el bien y el mal, sobre el conocimiento. Sobre tomar conciencia sobre la finitud de nuestras vidas, de nuestras acciones que son causa y efecto, en todo lo que hagamos o dejemos de hacer.

Es por ello que debemos tomar cabal conciencia de este símbolo, tanto en el mundo profano como en el Masónico, debemos tener presente siempre que la renovación es un camino innegable para la superación personal.

Los Cuatro Elementos

Antes de abordar el contenido de mi trabajo, debo confesar dos cuestiones importantes: la primera es que este trabajo abrió las puertas de mi percepción hacia campos que me resultaban desconocidos hasta el momento; la segunda confesión, e íntimamente ligada a la primera cuestión, es que este trazado representó un gran desafío y un reto intelectual para mí debido a que por momentos debí zarpar en un océano conceptual totalmente ajeno a mi realidad cotidiana y a mi campo de trabajo, que es el de las ciencias blandas; hubo ocasiones en que choqué con las riberas puntiagudas de la geometría; otras en que navegué por océanos matemáticos confusos, al punto tal de encontrarme en varias ocasiones al borde del naufragio. Fue en este momento en que con obstinación y utilizando mis herramientas, busqué orientación en los cuatro puntos cardinales y el rumbo se volvió más claro; así, aferrado a este plano dual (de la materia y el espíritu) en el cual nos movemos los aprendices es que por medio de la materia logre alcanzar la abstracción necesaria para fusionarme con el Fuego de mi espíritu y, sólo de este modo emerger de entre las tumultuosas corrientes que me desorientaban, los fuertes vientos que hacían crujir los mástiles de mi tenacidad y por fin llegar a Tierra, seguro del resultado logrado.

Ahora, sin más desarrollaré mi trabajo, comenzando por un análisis de la alquimia que compone nuestra existencia.

El primer elemento a describir es la Sal, que comprende el conjunto de lo que constituye la personalidad, por lo tanto, a la vez el alma y el cuerpo. La una, siendo lo que hay en nosotros de celeste, y, el otro, lo que nos ata a la Tierra.

Este concepto de los elementos no tiene nada que ver con los cuerpos simples o puros. Éstas son abstracciones metafísicas que se distinguen de las cosas elementales. Los cuatro elementos se encuentran en todo objeto físico, ya que la materia elemental resulta del equilibrio que se establece entre ellos.

El elemento Tierra escapa a nuestras percepciones, es la causa invisible de la pesadez y la fijación. Por su parte, el elemento Aire produce la volatilidad. El elemento Agua contrae los cuerpos. Y el elemento Fuego, los dilata.

A cada elemento se ligan cualidades elementales: seco, húmedo, frío, caliente.

Los elementos son figurados (toman forma o figura) en el ser humano por la materia corporal pasiva (Tierra), por el espíritu o soplo animador (Aire), por los fluidos vehículos de la vitalidad (Agua) y por la energía vital fuente del movimiento (Fuego).

La denominada “circulación vital” es un flujo dinámico sintetizado de la siguiente manera: la Tierra es un recipiente poroso, que pueden atravesar el Agua y el Aire, para ir a alimentar el Fuego, que arde en el centro. Excitado por el Aire, el Fuego consume una parte del Agua y vaporiza el resto. El vapor se abre paso a través de los poros de la Tierra y se eleva al exterior, pero el frío lo condensa en nubes que se vacían en lluvia. El Agua, manteniendo al Aire en disolución, se acumula en la superficie del suelo, al cual embebe, para retornar al Fuego central.

Si trasladamos esta idea a un nivel macrocósmico, podríamos encontrar estrecha vinculación con la concepción de infinitud cósmica, iconográficamente sintetizado en el símbolo del Ouroboros, la serpiente que engulle su propia cola y que es un símbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.

Asimismo, los cuatro elementos, tienen otros vínculos, ligados al Zodíaco, la Geometría platónica e incluso los puntos cardinales y las estaciones.

Desde una perspectiva zodiacal, se puede inferir que la Tierra está representada por el Toro de primavera; el Aire por las constelaciones otoñales; el Agua por Acuario (en invierno); y el Fuego por el Zodíaco en medio del verano.

Tomando en cuenta la Geometría de los sólidos platónicos, resulta concluyente que el elemento Fuego se sintetiza en el TETRAEDRO, que es un triángulo con base, representa la conciencia del fuego. Es símbolo de la sabiduría por representar el fuego sagrado, el primer elemento. El CUBO, representa el mundo natural; es la conciencia de la Tierra, es la experiencia de los que ha nacido de la naturaleza. El OCTAEDRO, es el aire. Simboliza la perfección de la materia por el espíritu. El ICOSAEDRO, es la consciencia del agua; representa la semilla de la vida, la forma del universo. Pero esta descripción no concluye: hay una quinta figura que es el DODECAEDRO y que es considerado el poder femenino de la creación, la forma madre, aquella que reúne y cohesiona a los otros cuatro. Es el éter, la prana o el chi.

Asociados a los puntos cardinales y a las cuatro estaciones, Tierra es el Norte y el invierno y guarda vínculo estrecho con el plano material; Aire es el Este y la Primavera: está ligado al pensamiento; Fuego es el Sur y el verano: representa la transformación; y Agua es el Oeste y el otoño: presenta una fuerte ligazón con los sentimientos.

Antes de concluir este trabajo, quisiera enfatizar la presencia de los cuatro elementos en nuestra iniciación y su relación con algunas partes del ritual.

Al llegar como neófitos al umbral de la masonería podría decirse, en palabras de Oswald Wirth, que somos “Materia Filosófica”, una entidad espiritual independiente.

Para que la Materia Filosófica se halle purificada debe ser sometida a la prueba de los cuatro elementos.

Es imprescindible limpiar esa Materia a fin de librarla de todo cuerpo extraño que pudiera adherirse accidentalmente a su superficie. Después de haber tomado esa precaución, el sujeto es encerrado en el Huevo filosófico herméticamente cerrado. Es sustraído de toda influencia venida del exterior y su fuego vital termina por extinguirse. Esta alegoría corresponde al retiro de los metales y el encierro en la Cámara de Reflexión. El individuo muere y su personalidad se desdobla. La parte etérea se desprende y deja un residuo sin forma. Aparece el caos filosófico.

La materia cae en putrefacción (prueba de la Tierra). Los elementos que formaban parte de la Materia Orgánica se separan y se confunden en el desorden. Pero la masa putrefacta encierra un germen, a partir del cual una nueva forma comienza a estructurarse y comienza a calentarse, rechazando la humedad y envolviéndose en la sequedad. Se reconstituye la corteza terrestre que le separa del Agua.

Así la Tierra impura es sometida a un lavado progresivo, hay cambios de colores desde los más oscuro hasta el blanco. La blancura es símbolo del soplo aéreo o divino que penetra la Tierra para hacer el Niño Filosófico.

El desarrollo seguirá su marcha, hasta obtener el color verde (la Vida Vegetal) y luego el rojo, representante del Fuego Individual o Azufre Filosófico. Esto último se interpreta como la perfecta purificación de la Sal.

El adepto vencedor de las apetencias básicas posee libertad y su espíritu domina sobre la materia. Esto es conquistar la Quintaesencia, es decir, la esencia misma de la personalidad. Por fin el adepto abandona esta condición para ser un iniciado y recibir la Luz que emana de Oriente.

Concluyendo, me parece primordial manifestarles  que, habiendo trabajado exhaustivamente en todos estos conceptos desde un abordaje transdisciplinar, me atrevo a insinuar que en cada ciencia presente en el plano existencial de los Hombres, podemos hallar un mínimo atisbo de pruebas que nos permitan acercarnos a la comprensión de la obra trazada por el Gran Arquitecto Del Universo. Tal vez porque nuestra vida nos conduce de manera consciente o inconsciente a una búsqueda personal de una interpretación de los designios del Todo y de una comprensión de nuestro papel en su Obra, o quizás porque nada en el Universo está librado al azar y nuestra propia existencia cumple una función necesaria para un escalón de la realidad que escapa a nuestro entendimiento pero que es necesaria a los propósitos del Gran Arquitecto. Lo cierto es que, en relación a la Gran Obra de algo podemos estar seguros y es que no podemos estarlo.

Aproximación al conocimiento del eneagrama de George Gurdjieff

En el año 1919, George Gurdjieff, incorpora el símbolo-concepto de Eneagrama como cubierta informativa de un folleto relacionado a su trabajo de maestría espiritual en Europa.

La figura, en sí, no fue realizada directamente por Gurdjieff, sino por Alexander de Salzmann, artista de origen alemán e íntimo amigo suyo. Las especulaciones sobre el porqué de tal trazado son varias. Hay quienes consideran que fue por motivaciones de naturaleza puramente estéticas, para hacer gráficamente interesante la libreta de presentación de su trabajo. Otros discurren que Gurdjieff utilizó conscientemente los símbolos que componen el eneagrama, propios de los alquimistas medievales, así como de la tradición cristiana de los primeros siglos, con el objetivo de transmitir información, de manera aparentemente casual. No debemos olvidar que esta actitud era típica de muchos alquimistas de los siglos anteriores a los que plasmaron los símbolos en pinturas y otras expresiones artísticas. Ellos, en efecto, escondieron en esos símbolos, conceptos filosóficos que de haber divulgado abiertamente, habrían sido objeto de persecución  por parte del pensamiento cristiano dominante. Lo mismo hizo Gurdjieff: insertó, de manera aparentemente casual, símbolos específicos para representar la esencia del método aplicado en su Escuela.

Esta representación gráfica encierra en sí misma su pensamiento entero: un aparato complejo, rico en sabiduría y en indicaciones y referencias a la Tradición Cristiana de los primeros Siglos. En esta plancha sólo se abordarán aspectos pormenorizados de la cuestión, descomponiéndolo en sus fragmentos más importantes y relevantes.

En primer lugar, se trata de un instrumento que revela la personalidad y que bien empleado puede convertirse en guía de desarrollo personal; un instrumento que da respuestas a las interrogantes de carácter espiritual que el hombre se plantea desde que empezó a razonar, y que, al integrar creativamente la espiritualidad con los aportes de la psicología , ha favorecido su conocimiento y utilización  como herramienta privilegiada para el autoconocimiento, el acompañamiento formativo, la dinámica de grupos y el trabajo en equipo.

La palabra “eneagramma” es de origen griego y significa “nueve puntas”. Alude al símbolo caracterizado por una circunferencia con nueve puntos de referencia.

Poniendo atención en su aspecto geométrico, el triángulo interior de la figura, es un triángulo punteado. Esto da a significar la presencia de los elementos superiores: cuerpo, alma y espíritu. Dicho triángulo interior no está presente en todos los organismos, pero sobre todo no está presente en el hombre que no ha desarrollado aun completamente la tercera fuerza de su esencia: el espíritu; que puede ayudarlo a salir de la interminable lucha entre el SI y el NO, entre el BIEN y el MAL, entre el SER y el NO SER.

El círculo externo es trazado por el Ouróboros: la serpiente que se muerde la cola; como diría Maier (alquimista del siglo XVII), “(…) los antiguos, interpretaron el anillo de Ouróboros como cambio de año y vuelta al principio y como principio de la Obra en la que es tragada la húmeda y venenosa cola del dragón”. Estaba hablando del hombre que, si de una parte es el principio y causa de la Obra de transformación (habiendo en él mismo un líquido venenoso que lo hace infeliz) de la otra puede encontrarse también en él mismo, el antídoto necesario. Por lo tanto, lo que está dentro del círculo es relativo al hombre y a sus procesos interiores; lo que es externo, en cambio, es símbolo de aquellos factores que pueden influenciar al hombre o respaldarlo en su evolución.

Desde una perspectiva alquímica y zodiacal, aparecen también reflejados los cuatro elementos a través de Leo, símbolo del fuego, la fuerza, la acción y el movimiento; Tauro, representación de la Tierra, el trabajo, la resistencia y la forma; Piscis, que es simbolizado por el agua, la conciencia, la vida y la luz; y Géminis en correspondencia con el Aire, la inteligencia, el espíritu y el alma.

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El eneagrama como teoría de personalidad es un instrumento para clarificar la verdad sobre nosotros mismos. No es un oráculo. Más bien ofrece claves para entender los secretos de la personalidad. De hecho, no elegimos nuestra personalidad. Las personas nos hacemos conscientes de ella y la aceptamos. Con el tiempo nos damos cuenta de que a lo largo de la vida no cambia nuestra esencia, lo que ocurre es que la persona va conociendo sus características de personalidad y las empieza a manejar a voluntad.

El eneagrama hace mirar descarnadamente fortalezas y debilidades. Pero no hay tipos de personalidades mejores que otras, todos somos necesarios. “El mundo necesita personalidades distintas”, en palabras de María Elvira Calcagni, licenciada en psicología y orientada a la rama espiritual de la misma.

El estudio de esta figura postula la existencia de tres centros de energía: la cabeza, el corazón y las entrañas. Cada energía tiene un rango de personalidad; cada persona se rige por energías distintas. De hecho, las personalidades 1 (ira), 8 (lujuria) y 9 (pereza) son energías de las entrañas. El 7 (gula), 6 (cobardía) y 5 (avaricia) energías de la cabeza, y el 4 (envidia), 3 (vanidad) y 2 (orgullo), del corazón. Además, también habitualmente recibimos influencias de las alas de nuestro eneagrama, que son las llamadas personalidades colindantes. Es decir, podemos ser personalidad 1 (iracunda) pero con características del área 2 (orgullosa) y la energía de las flechas 9 (pereza), 7 (gula) y 4 (envidia).

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El modelo del Eneagrama se aplica, también, para delinear los procesos cosmológicos y el desarrollo de la conciencia humana. Se trata de un diagrama (estrella de nueve puntas) que puede ser utilizado para trazar el proceso de cualquier acontecimiento. El proceso principal de este instrumento es reconocer nuestra compulsión y aprender a trabajar sobre ella, con el fin de lograr nuestra sanación. Es un viaje de autoconocimiento.

El equilibrio de los Centros del Hombre, y el desarrollo armónico de todos los aspectos de la máquina humana, es puesto de relieve en el Eneagrama con la Ley del Tres, que se constituye lentamente formando la posibilidad del despertar de la conciencia. Cuando este trabajo es cumplido, y sólo puede serlo gracias a los elementos exteriores al círculo, se forma el triángulo interior y se produce un quinto elemento: la paloma, símbolo del Espíritu Santo y que en el Cristianismo de los Orígenes representa el elemento que Cristo ha enviado al Hombre para devenir en Él. O en un sentido aún más profundo y simbólico, la paloma es el símbolo del espíritu libre que ha logrado sobreponerse a los límites que impone la materia, transmutando así en la esencia inmortal del espíritu.

BREVES TRAZOS INTRODUCTORIOS A GEORGE GURDJIEFF

Gurdjieff manifestaba que es  necesario conocer la comparación entre la vida de la humanidad, tomada como un todo, y el de un gran río que -en un punto correspondiente, en el momento en que el hombre llega a la edad responsable, es decir, a la edad en que se determina de manera precisa si ha llegado o no a adquirir los datos requeridos para la posesión de su propio “Yo- se bifurca en dos corrientes, una de las cuales se vierte en el océano sin límites, con la posibilidad de un movimiento ulterior de evolución y la otra, en los abismos subterráneos, a fin de proseguir allí un movimiento de orden involutivo y esta vez sólo para las necesidades de la naturaleza.

“Mientras permanezcamos pasivos, no sólo nos veremos constreñidos a no ser más que instrumentos al servicio de las ‘creaciones involutivas de la Naturaleza, sino que tendremos que sometemos como esclavos, por el resto de nuestras vidas, al capricho de todo tipo de sucesos ciegos”.
En otras palabras, tenemos que morir a todo lo que constituye la vida ordinaria“. “Es de esta muerte que hablan todas las religiones”.
“Ese es el significado de la sentencia que nos ha llegado desde los tiempos más remotos: ‘sin muerte no hay resurrección’. Dicho de otro modo: ‘Si no mueres no serás resucitado”.
“En este caso no se trata de la muerte del cuerpo, porque, para esta muerte, no hay necesidad de resurrección”. “Si hay un alma, y ésta es inmortal, no necesita de la resurrección del cuerpo”. “Esta resurrección no es en absoluto necesaria para comparecer en el Juicio Final, ante Nuestro Señor, como nos lo enseñan los Padres de la Iglesia”. ”No, todos los profetas enviados de Lo Alto y Jesucristo mismo han hablado de esta muerte que puede sobrevenir aquí abajo, en esta vida, es decir, de la muerte del ‘tirano’ que hace de nosotros esclavos y sin cuya destrucción no se puede asegurar la primera gran liberación del hombre”.
Cada uno de nosotros deberíamos comprender que la condición indispensable exigida a un hombre para conservar la posibilidad de entrar en un nuevo camino, el del “movimiento evolutivo”, es la de poseer por lo menos algunos datos para la adquisición de su propio “Yo”.
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“Por algo ha de ser que desde las primeras épocas de la humanidad se ha dicho y afirmado por todas las religiones, que el hombre -a diferencia de otras formas exteriores de vida animal- ha sido creado por Dios a su imagen. A su imagen quiere decir que en Su previsión, Él le ha dado a nuestra presencia general una estructura que tiene la posibilidad de engendrar y de manifestar las propiedades que Él tiene en Sí mismo. Él es Dios y, por consiguiente, también yo soy Dios. La única diferencia entre Él y yo debe ser -y es naturalmente- una diferencia de escala. Él es el Dios de un gran mundo; debo ser, yo, el Dios de un pequeño mundo. Él es el Dios de todas las presencias del Universo y de todo mi mundo exterior. También yo soy Dios, pero de todo mi mundo interior. Para todo y en todo tenemos las mismas posibilidades y las mismas imposibilidades. Las mismas posibilidades e imposibilidades que Él tiene con referencia a la presencia entera del Universo, yo debo tenerlas con relación a la presencia que me ha sido confiada. Lo que a Él le es posible e imposible en el dominio del gran mundo debe serme posible e imposible en el dominio de mi pequeño mundo.
La autorrealización, así, resulta extremadamente difícil, aunque no imposible. Es necesario que el individuo comprenda su condición actual y se esfuerce por conquistarla. El ser humano común es controlado de afuera hacia dentro; el trabajo sobre sí invierte la dirección. Es la mecanización irreflexiva del hombre, el crecimiento de la personalidad a expensas de la ciencia, el crecimiento de lo artificial por lo irreal y lo que es foráneo a expensas de lo natural, de lo real y lo que es uno mismo. Es posible vivir de modo más consciente y armónico, reconciliar y unir las tres funciones humanas básicas: pensamiento, sentimiento y acción.
Será necesario alcanzar la armonía del mundo tan pronto como sea posible, no puede ser alcanzada por la política, la filosofía, la religión o ningún movimiento organizado que tratase al hombre en la masa. Solo podría realizarse a través del desarrollo individual del hombre. Si suficientes individuos pudiesen desarrollarse a sí mismos, incluso parcialmente, en genuinos seres naturales, cada individuo seria entonces capaz de convencer y persuadir a otros cien, quienes, cada uno a su vez, sería capaz de influenciar a otros cien y así sucesivamente.
Gurdjief estaba diciendo  que todos, como Atlas, sostienen y  sería responsable de su propio mundo y de esta manera del vasto mundo también. Somos seres de un todo indivisible.
De los editores.