En el año 1919, George Gurdjieff, incorpora el símbolo-concepto de Eneagrama como cubierta informativa de un folleto relacionado a su trabajo de maestría espiritual en Europa.
La figura, en sí, no fue realizada directamente por Gurdjieff, sino por Alexander de Salzmann, artista de origen alemán e íntimo amigo suyo. Las especulaciones sobre el porqué de tal trazado son varias. Hay quienes consideran que fue por motivaciones de naturaleza puramente estéticas, para hacer gráficamente interesante la libreta de presentación de su trabajo. Otros discurren que Gurdjieff utilizó conscientemente los símbolos que componen el eneagrama, propios de los alquimistas medievales, así como de la tradición cristiana de los primeros siglos, con el objetivo de transmitir información, de manera aparentemente casual. No debemos olvidar que esta actitud era típica de muchos alquimistas de los siglos anteriores a los que plasmaron los símbolos en pinturas y otras expresiones artísticas. Ellos, en efecto, escondieron en esos símbolos, conceptos filosóficos que de haber divulgado abiertamente, habrían sido objeto de persecución por parte del pensamiento cristiano dominante. Lo mismo hizo Gurdjieff: insertó, de manera aparentemente casual, símbolos específicos para representar la esencia del método aplicado en su Escuela.
Esta representación gráfica encierra en sí misma su pensamiento entero: un aparato complejo, rico en sabiduría y en indicaciones y referencias a la Tradición Cristiana de los primeros Siglos. En esta plancha sólo se abordarán aspectos pormenorizados de la cuestión, descomponiéndolo en sus fragmentos más importantes y relevantes.
En primer lugar, se trata de un instrumento que revela la personalidad y que bien empleado puede convertirse en guía de desarrollo personal; un instrumento que da respuestas a las interrogantes de carácter espiritual que el hombre se plantea desde que empezó a razonar, y que, al integrar creativamente la espiritualidad con los aportes de la psicología , ha favorecido su conocimiento y utilización como herramienta privilegiada para el autoconocimiento, el acompañamiento formativo, la dinámica de grupos y el trabajo en equipo.
La palabra “eneagramma” es de origen griego y significa “nueve puntas”. Alude al símbolo caracterizado por una circunferencia con nueve puntos de referencia.
Poniendo atención en su aspecto geométrico, el triángulo interior de la figura, es un triángulo punteado. Esto da a significar la presencia de los elementos superiores: cuerpo, alma y espíritu. Dicho triángulo interior no está presente en todos los organismos, pero sobre todo no está presente en el hombre que no ha desarrollado aun completamente la tercera fuerza de su esencia: el espíritu; que puede ayudarlo a salir de la interminable lucha entre el SI y el NO, entre el BIEN y el MAL, entre el SER y el NO SER.
El círculo externo es trazado por el Ouróboros: la serpiente que se muerde la cola; como diría Maier (alquimista del siglo XVII), “(…) los antiguos, interpretaron el anillo de Ouróboros como cambio de año y vuelta al principio y como principio de la Obra en la que es tragada la húmeda y venenosa cola del dragón”. Estaba hablando del hombre que, si de una parte es el principio y causa de la Obra de transformación (habiendo en él mismo un líquido venenoso que lo hace infeliz) de la otra puede encontrarse también en él mismo, el antídoto necesario. Por lo tanto, lo que está dentro del círculo es relativo al hombre y a sus procesos interiores; lo que es externo, en cambio, es símbolo de aquellos factores que pueden influenciar al hombre o respaldarlo en su evolución.
Desde una perspectiva alquímica y zodiacal, aparecen también reflejados los cuatro elementos a través de Leo, símbolo del fuego, la fuerza, la acción y el movimiento; Tauro, representación de la Tierra, el trabajo, la resistencia y la forma; Piscis, que es simbolizado por el agua, la conciencia, la vida y la luz; y Géminis en correspondencia con el Aire, la inteligencia, el espíritu y el alma.
El eneagrama como teoría de personalidad es un instrumento para clarificar la verdad sobre nosotros mismos. No es un oráculo. Más bien ofrece claves para entender los secretos de la personalidad. De hecho, no elegimos nuestra personalidad. Las personas nos hacemos conscientes de ella y la aceptamos. Con el tiempo nos damos cuenta de que a lo largo de la vida no cambia nuestra esencia, lo que ocurre es que la persona va conociendo sus características de personalidad y las empieza a manejar a voluntad.
El eneagrama hace mirar descarnadamente fortalezas y debilidades. Pero no hay tipos de personalidades mejores que otras, todos somos necesarios. “El mundo necesita personalidades distintas”, en palabras de María Elvira Calcagni, licenciada en psicología y orientada a la rama espiritual de la misma.
El estudio de esta figura postula la existencia de tres centros de energía: la cabeza, el corazón y las entrañas. Cada energía tiene un rango de personalidad; cada persona se rige por energías distintas. De hecho, las personalidades 1 (ira), 8 (lujuria) y 9 (pereza) son energías de las entrañas. El 7 (gula), 6 (cobardía) y 5 (avaricia) energías de la cabeza, y el 4 (envidia), 3 (vanidad) y 2 (orgullo), del corazón. Además, también habitualmente recibimos influencias de las alas de nuestro eneagrama, que son las llamadas personalidades colindantes. Es decir, podemos ser personalidad 1 (iracunda) pero con características del área 2 (orgullosa) y la energía de las flechas 9 (pereza), 7 (gula) y 4 (envidia).
El modelo del Eneagrama se aplica, también, para delinear los procesos cosmológicos y el desarrollo de la conciencia humana. Se trata de un diagrama (estrella de nueve puntas) que puede ser utilizado para trazar el proceso de cualquier acontecimiento. El proceso principal de este instrumento es reconocer nuestra compulsión y aprender a trabajar sobre ella, con el fin de lograr nuestra sanación. Es un viaje de autoconocimiento.
El equilibrio de los Centros del Hombre, y el desarrollo armónico de todos los aspectos de la máquina humana, es puesto de relieve en el Eneagrama con la Ley del Tres, que se constituye lentamente formando la posibilidad del despertar de la conciencia. Cuando este trabajo es cumplido, y sólo puede serlo gracias a los elementos exteriores al círculo, se forma el triángulo interior y se produce un quinto elemento: la paloma, símbolo del Espíritu Santo y que en el Cristianismo de los Orígenes representa el elemento que Cristo ha enviado al Hombre para devenir en Él. O en un sentido aún más profundo y simbólico, la paloma es el símbolo del espíritu libre que ha logrado sobreponerse a los límites que impone la materia, transmutando así en la esencia inmortal del espíritu.